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18.Fede_Lopez

Fragmento de “París, 1923”

Como la literatura consiente los ídolos y los talismanes, un joven poeta peruano busca en los cementerios de París la tumba del autor de los versos que siempre le acompañan. Versos que hablan de muerte y madrugadas lluviosas, de estrellas sumergidas en los charcos y sollozos colmados de blasfemias. Cuando la encuentre quizás escarde la tierra húmeda y recite conmovido alguna línea memorable. Versos peruanos y reliquias de París. Fragmentos de la eternidad.

El joven poeta peruano ha llegado al cementerio y se detiene reverente ante las tumbas de Daudet y Apollinaire. Le complace que su paisano descanse junto a ilustrados y revolucionarios, que sea grande entre los más grandes. Le vienen a la mente unos versos: Y cuando pienso así, dulce es la tumba / donde todos al fin se compenetran / en un mismo fragor; / dulce es la sombra, donde todos se unen / en una cita universal de amor. Y a manera de homenaje añade: Yo quiero que murmuren mis cantares / sobre mi tumba un lánguido rumor, / como deja en el seno de los mares / su murmullo la ola que pasó.

Toda la literatura peruana cabe en ese instante en el que el joven poeta susurra su responso lírico en aquel cementerio de París, porque uno de los dos perdura y el otro ha sido olvidado. Y aunque el destino de todo escritor es el olvido, sólo un escritor menor es consciente de esa fatalidad. Sólo un poeta menor podría desear la gloria modesta de un lánguido rumor en su sepultura.

Llueve sobre el cementerio y el joven poeta peruano piensa que a él también le gustaría morir en París, un jueves así, lluvioso y de otoño. Y palpándose los huesos húmeros o quizás entreviendo un verso, César Vallejo arranca las ortigas y deja un lirio sobre la tumba de Carlos Augusto Salaverry.

(En Brevetes de Historia Universal del Perú)

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