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30.Leando_Mangado

Fragmento de “Hermano ciervo”

Despierto con el sonido de la ducha. También escucho, amortiguada por el agua, la tos de Joaquín. La resolana es ahora una noche clara. Ese tipo de noche que antecede a la nieve. Me incorporo y distingo las siluetas de tres ciervos atravesando el sembradío. Deben ser los mismos que regresan cada día a velar el bulto muerto que nos da una pereza brutal reportar a la oficina de animales o como se llame. Total, en cuanto descargue, la nieve terminará de sepultar al hermano ciervo y todos en paz. Entonces recuerdo lentamente que he soñado con el posible hijo que Joaquín y yo engendraríamos bajo el influjo del A-Contrarreactivo, un hijo hecho de vitaminas y dinero que no sabemos usar. Flotaba en mi interior como un animalito ultramarino. De frente al espejo, con una panza de siete meses, podía distinguir a través de la piel translúcida de mi vientre cada parte de su carne no nacida: las dos cabezas, los párpados dormidos bajo el tierno edema de los fetos, las manitos perfectas y los piecitos coronados por dedos supernumerarios, esos piecitos primitivos que alguien había cosido por los talones componiendo pétalos rebosantes de tejido recién formado. Flor de hijito el que me latía en la panza. ¿O sería hijita? Ojalá mi memoria fuera descubriéndole una vulva diminuta en lo que voy recordando el sueño. Me acerco a la ventana y apoyo mi nariz contra el vidrio helado. Limpio el vaho que se le pega por el contraste entre la atmósfera del cuarto y la temperatura exterior. Un ciervo se acerca como si me hubiera reconocido, igual que yo lo reconozco a él, es el mismo deudo de hace días. Tiene un cuerno más largo que el otro. 

Hola. 

El ciervo da tres coces. Debe ser una forma de saludar. Luego se acerca otro, es más pequeño, será descendencia suya. No sé si a los ciervos niños se les llama “cachorros”, tan insuficiente este lenguaje para entrar en ese mundo de elegancia y belleza. El ciervo mayor lo empuja con dos cabezazos, que se vaya, que regrese a llorar al bulto. Están tan cerca de mi ventana helada que puedo distinguir la melancolía de sus pestañas. Al hijo del A-Contrarreactivo, si de mí dependiera, le pondría esas preciosas pestañas lacias de ciervo. 

Andate, andá con tu chico, le digo al ciervo. Y me obedece. 

(En TIerra fresca de su tumba)

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