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16.Marco_Toxico

Fragmento de Bioy

Quizás en este punto no sea difícil echarle la culpa al azar: repudiar el malentendido, aferrarte a la vacua creencia de que es por la suerte que estás a merced de un demente. Morir engañado, enfurecido, enfrentado a la fatalidad, sin advertir que el destino de los hombres es por naturaleza trágico y tú, Bioy Cáceres, como todos nosotros, naciste vencido. Porque es, entonces, cuando escuchas ese nombre de sus labios, ese tristísimo nombre que te desarma y te paraliza y te devuelve la inocencia y el miedo, esas cuatro letras que abren las puertas clausuradas de tu sombría memoria y te ahogan de pena —por esa mujer enterrada, por ese muchacho enterrado, por ese país enterrado a la vera de sus muertos, país de cadáveres, montañas de cadáveres desnudos bajo la tierra, cadáveres olvidados, cadáveres descompuestos, cadáveres hediondos, pútridos, hechos mierda, cadáveres sin duelo, cadáveres sin Dios, cadáveres perdidos en el limbo eterno de las fosas comunes, unos sobre otros como reses pestilentes, cadáveres vivos, cadáveres amnésicos, cadáveres andantes que no saben que han muerto, cadáveres como el tuyo, cadáveres como el de Elsa, que ha vuelto a la vida por la voz de su hijo, ese despojo humano que repite su nombre y te pregunta angustiado si te acuerdas de ella, cabo Cáceres, bájese el pantalón de una vez y dele a esa terruca asesina lo que se merece—, es entonces, Bioy, cuando escuchas otra vez su nombre y vuelves a estar dentro de ella, llorando y queriendo morirte, que comprendes que no hay escape, que nunca hubo ni habrá escape y es inútil resistirse, entiendes finalmente que esta breve y triste vida es sólo una marcha fúnebre hacia ninguna parte y que, al final del camino, no hay nada, todo es una farsa, todo ha sido en vano.

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