Fragmento de “Ashley”
Sufrí la ausencia de Mariana. El colegio me parecía insoportable. Los días pasaban demasiado lentos. Una tarde de sábado fuimos a jugar un partido de fútbol a la cancha de tierra de Huayllani, contra el colegio Achumani. Perdimos la apuesta y en parte fue por mi culpa, no podía encajar la pelota en el arco aunque hacía lo de siempre, recibir o lucharla, ganarla, abrirme un campo entre los defensores, avanzar un poco, apuntar y rematar, pero no había gol. Y es que uno no puede engañar a la tristeza cuando es de verdad. Nos quedamos sin dinero y con sed y hambre.
César y Chino vivían en Wilacota, el barrio que está en una de las montañas que encierran a Santa Fe. Se llegaba a Santa Fe, desde Huayllani, atravesando otras montañas, pero que eran más solitarias. Se hizo de noche pronto. Recuerdo que había un sendero que orillaba con un barranco escondido por eucaliptos y pinos. Al final de ese camino, un par de casas que parecían abandonadas. Todo lo vigilaba una montaña puntiaguda que escondía a la luna llena. Cuando llegamos a las casas, nos asustó la presencia de una niña de, calculo, tres años. Estaba sentada en el suelo, tenía la carita agrietada, lloraba, y sus mocos, sucios de tierra, se metían en su boca. Nos detuvimos, parecía un fantasma.
—No la toquen —dijo César, asustado.
—Aquí debe ser su casa —dijo Chino y fue a golpear una puerta.
El ruido de los golpes crecía en el eco de la noche y hacían una estridente música con el llanto. Para distraer la tristeza, yo imaginaba. Me vi alzando a esa niña, consolándola, y después corriendo abrazado a ella, sintiendo el resurgimiento de su calor gracias al mío, corriendo entre los árboles, entre la hierba y subiendo a la montaña que lo vigilaba todo, llegando a lo más alto que se puede llegar y luego saltando, cayendo, con la niña en brazos, como hizo aquel padre en España con su hijo recién nacido. Y, durante la caída, recordaba que era mi hija, que Mariana la había tenido para mí. Vértigo. Después nada. Por fin. Oscuridad eterna.
—Ya viene —dijo Chino y se acabó mi sueño despierto. Otra niña, una de siete años, vino y se llevó a la de tres.
—Así siempre se escapa —explicó.
(En Ayer el fuego)
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